La Tentadora

Todos sabemos que el lanista Runius es un cerdo depravado, y que en su hacienda se organizan asiduamente fiestas eróticas y orgias con toda clase de objetos e incluso se rumorea que en algunas incluyen e invitan a participar a seres y criaturas no humanas.

Situado al Oeste de las tierras pétreas de Miklagard, se encuentra el circo de este enfermo de la lujuria y la perversión, fue allí, donde contemple con mis propios ojos el demoníaco poder de la tentación y el placer.

El ludus de Runius es uno de los más importantes, ostentosos y ricos de la región. El circo es hermoso, algo que no podéis imaginar. Las entradas te invitan a pasar con unas alfombras perfectamente tejidas y cuidadas hilo por hilo. Las puertas están enmarcadas en piedras preciosas de unos colores y brillo que llevan a la locura a vagabundos y desertores que se atreven siquiera a mirarlas. Dentro, en la parte este se encuentra el Pódium, de color del zafiro más puro. Cuatro columnas talladas a mano por ángeles, llenas de joyas y monedas incrustadas desde la basa hasta el capitel sujetan unas telas cosidas con oro. Bajo la sombra de estas se encontraban los asientos de la nobleza que con un juego asombroso de sillones completan una alcoba al aire libre de belleza perfecta. La arena tiene forma de óvalo, dispone de seis entradas desde las mazmorras de los gladiadores y cuatro trampillas subterráneas tapadas por una arena tan blanca y fina como el terciopelo preparadas para desatar a las bestias durante los juegos.

Todos estábamos sentados en la madera pulida de las gradas cuando el lanista, exhibiendo sus caros ropajes se puso en pie para dirigirse a los presentes. Tras él, y sus amistades, sirvientes que no paraban de llenar sus copas con vino, sus platos con comida y sus piernas con caricias.

-Buena gente de Miklagard, _dijo con una voz dulce_ hoy el circo de Runius os deleitará con la belleza y la fascinación del pecado. Asique, que comiencen los juegos_ concluyó con un tono que dejaba entrever su locura y depravación.

La gente enardeció con las primeras trompetas que ordenaban abrir la puerta que se hallaba bajo el Pódium, y, de las sombras emergió, una figura demoníaca tan terrorífica como bella.

Tenía el aspecto femenino y atlético de una fuerte y sensual amazona. Sus piernas, como las de un carnero, terminadas en pezuñas y llenas de pelo. La piel, pálida como la de un muerto viviente en medio de la noche. De su cabeza, calva y deforme, le crecían dos cuernos chafados en las puntas. De la espalda nacían dos enormes y musculosas alas, marcadas y heridas señal de que no era su primera pelea. Preparada para la lucha, portaba una armadura de colores vistosos, ornamentada con las joyas más brillantes y preciosas que jamás he visto. Una mano desnuda, sujetaba, sin apenas esfuerzo, una lanza curvada más alta que yo mismo de pies a cabeza. La otra, sujetaba la cabeza de una criatura del infierno agarrada por el mismo pellejo, aun no sé si como protección, o como trofeo. De la cabeza de esta bestia salían dos astas, retorcidas por el mismísimo Ezreviel, tenía nueve ojos que miraban en todas direcciones buscando su próxima víctima y una enorme boca infestada de afilados dientes que extendía una larga y babosa lengua hambrienta de almas.

Caminó media docena de pasos y se volvió para hacerle una reverencia al organizador de los juegos, que dirigió unas palabras a la muchedumbre.

-Miklagardianos,­_ nos dijo a los presentes_ os presento a Vheyla, la tentadora. Mi fiel representante en la lucha y guía de mis deseos en el arte del placer y la lujuria que sobrepasan lo mundano. ¡Observad hoy el poder de la seducción! _exclamó mientras ordenaba con un movimiento de mano abrir la entrada situada al otro extremo de la arena.

Un joven Cirleano salió lleno de energía de aquella puerta. Observó el terreno despejado, inspeccionó la calidad del suelo y arremetió contra el ser demoníaco que tenía en frente, que, en respuesta a la carga, clavó su lanza en el suelo y descansó los músculos sin quitar la mirada de su rival, que aminoraba la carrera paso a paso hasta detenerse frente a ella, bajó el arma y se deshizo del yelmo. En su cara de bobalicón se apreciaba el sentimiento del amor en primavera, de la paz y alivio que sientes cuando llegas a casa y tu esposa te espera con un plato caliente en la mesa y la alcoba perfumada para culminar la noche.

Vheyla se inclinó hacia delante y le susurro algo al oído mientras esbozaba una sonrisa picara y, como si estuviera orgulloso de ello, el joven clavó su gladius en su propio vientre abriéndose el estomago de costado a costado y aprecié, como volvía a la realidad cuando los intestinos se le salían del cuerpo, al reflejar en el rostro una expresión de desconcierto, arrepentimiento y estupidez.

Mientras se desplomaba en el suelo, la cabeza del engendro que llevaba la tentadora a su diestra ansiaba alimentarse del alma del muchacho. Pero Vheyla lo acercaba solo para tentarlo, como si quisiera darle un escarmiento a aquel ser, acercándolo y retirándolo del dulce y tierno cuerpo del caído una y otra vez, mofándose carcajeante de su poder para con la bestia hambrienta.

Cuando acabó de divertirse, miró a Runius e hizo un gesto de afirmación, dejó caer el escudo encima del muchacho para que pudiera darse un festín y desplegó sus alas de murciélago, se elevó muy lentamente abriendo las manos y empezó a murmurar en una lengua antigua y oscura. Sus ojos brillaban como dos estrellas en medio de la noche, hipnotizando a todo el que la miraba como las sirenas con sus cantos atraen a los marineros y piratas hacia la muerte, y vi, como todo el circo estaba participando en una orgía de sexo y depravación sin ataduras. Los hombres fornicaban con mujeres mientras eran penetrados por otros. Los más religiosos eyaculaban sobre las jóvenes alocadas. Varias mujeres de mayor edad que la mía compartían la verga de un chiquillo aun virgen. Los pobres sodomizaban a los ricos y les obligaban a cometer actos homosexuales y vergonzosos. Los actos de perversión, se convertían en agresión y presencie como un anciano disfrutaba siendo devorado por una furcia y un granjero que necesitaban llevar el éxtasis más allá del placer sexual.

Me moví sorteando a la muchedumbre, apartando cuerpos desnudos y miembros que pedían a gritos que los llevara al clímax con mi lengua y, justo antes de abandonar el graderío, pude ver a Vheyla a la diestra de Runius disfrutando de su obra, mientras este alternaba la penetración con dos esclavas que tenía sujetas como perros de presa que gemían y se masturbaban disfrutando del placer que su amo les daba.

Siempre he maldecido este castigo que antaño se me implantó al desobedecer a mi domine cuando solo era un joven sirviente y rechacé servirle como amante. Pero, aquel día, en Miklagard, di gracias a Rayviel por despojarme de mi hombría y mi miembro y no sucumbir al poder de Vheyla, la tentadora.

DEMONIO DE LA PESTILENCIA

La plaza mayor estaba abarrotada de gente. El calor asfixiante y el aire caliente que soplaba del sur, se mezclaba con el olor del alcantarillado llenando la nariz y secando la boca. El adoquinado era irregular y el barro, parecía librar una batalla con el musgo fresco para demostrar quién manda. A la diestra de la entrada del ludus, una cochambrosa mesa roída por las ratas y carcomida por la mugre, hacía el papel de barra de taberna, donde una figura chepada y deforme, ataviada con harapos mugrientos en los que había encostrado vómito y suciedad, calmaba la sed de la plebe.

-¿Qué tienes tabernero?

– Vino y Cerveza, señor. _decía con una voz áspera y gorgogeante.

-Dame del vino menos apestoso que tengas. _ordenó

-Claro señor; sí, señor; aquí tiene, señor.

-¿Cuánto pides por la botella?

-Nada. _contesto con un susurro silbante_ Hoy invita el lanista Henio, fue muy claro con sus órdenes.

-Suerte que te han ordenado no cobrar por esto,  _recriminó escupiendo el vino a la cara del jorobado_ sabe como el agua de una maldita ciénaga.

– La generosidad de mi señor ha llegado al sur de Istaria.

-Dame entonces otra botella, es una bazofia, pero no cuesta nada  _dijo el aldeano mientras soltaba carcajadas.

 

El público estaba aburrido, nervioso y enojado por la tardanza de los juegos. Los gladiadores estaban en la arena, pero algo estaba retrasando el espectáculo y el calor jugaba un papel muy desagradable en las gradas.

-¡Vino y cerveza para calmar este calor! _gritaban los siervos de Henio que intentaban calmar a la plebe repartiendo bebida gratis.

-¡Vino dulce para los niños!

-¡Cerveza robusta para los mayores!

 

El gentío necesitaba beber, había que celebrar y combatir el calor, pero los abucheos y el enfado del populacho no se calmaron hasta que se escuchó entre los gritos e insultos de los espectadores el ruido de engranajes oxidados y cadenas chirriantes en movimiento. La ruinosa y astillada madera de las gradas comenzó a repiquetear, las adornadas columnas y los ostentosos asientos del Palcus temblaban mientras un juego de trampillas colocadas estratégica y minuciosamente en el centro de la arena comenzaban a separarse. Al ruido rechinante y al temblor de la tierra, se sumó un hedor nauseabundo y angustioso acompañado del zumbido de miles de moscas y tábanos que revoloteaban alrededor de aquel foso. Un mugriento y horripilante pozo de inmundicia era lo que escondían aquellas trampillas. Tenía forma de caldero chafado por la mitad. Aboyado y agujereado por doquier. El oxido que lo recubría parecía tener vida propia y devoraba el poco metal aún brillante que quedaba en aquella siniestra pieza de colección de algún ser demoníaco. Lo rodeaban varias picas, donde había empaladas varias cabezas y cuerpos en descomposición, y, dándose un festín con ellos, unos cuervos de ultratumba a los que les faltaba gran parte del plumaje. Se apreciaba media docena de escalones que subían por el flanco derecho y retornaban en bajada hacia el interior del caldero. A ojos de mortales parecía contener una sopa de despojos y mugre. Tenía una textura viscosa, de un color verde cenagoso. Emanaba una tenue neblina que parecía querer atrapar el alma de los luchadores hallados en la arena.

 

Tapado con una túnica de hilo grueso del color del agua estancada, Henio, desde el pódium, observaba el inicio de su cosecha. Su plan, estaba saliendo a la perfección. Pronto, todos los presentes se sumarían al servicio del primer jinete de Ezreviel, y él será recompensado por complacer a su señor.

-Ciudadanos de todas partes de Istaria. _dijo apartándose del fresco de la sombra que le proporcionaban sus sirvientes_ Ante vuestros ojos, tenéis la eternidad, la belleza y el futuro de este mundo. Dejad que el pozo del jinete Pestilencia os abrace y tendréis un poder que solo puede ser superado por los dioses.

 

El público, atónito, observaba en un silencio roto por el molesto revoloteo de los insectos, como uno de los gladiadores respondió a las palabras del lanista. Sin titubear, el más joven de ellos se dirigió hacia el maléfico caldero. Subía  cada peldaño con más seguridad que el anterior, hasta que las escaleras se volvían bajada hacia el interior de aquella marmita maldita. Cuando el joven aspirante se sumergió por completo, el contenido del caldero comenzó a hervir como si estuviera cocinando. El humo y los gases que desprendía la cocción  hacía cada vez más desesperante respirar, creando un ambiente malsano y enfermizo. Al cabo de unos pocos segundos, aquel muchacho retornaba las escaleras trasformado en una aberración demoniaca.

Su cuerpo tenía un aspecto abotargado, estaba recubierto de heridas, forúnculos y pústulas que no dejaban de supurar pus y rezumar un hedor mayor que el que ya poblaba las fosas nasales de los presentes. De la cabeza, sobresalían cuernos afilados y podridos. Su piel, estaba hecha girones, verdosa y gangrenosa. Los órganos internos, malolientes por la descomposición excremental sobresalían por su agrietada piel, colgando como racimos de uva.

-Cómo te llamas esclavo. _dijo Henio.

-¡Onogal! _gritó el demonio.

El público, aterrorizado por la mole demoniaca que tenia ante sus ojos, intentaba huir desesperadamente. Pero era demasiado tarde. La semilla estaba implantada, la cosecha estaba dando su fruto. En la piel del gentío emergieron pústulas, yagas y heridas que se infectaban al instante. Unos, experimentaban como los pulmones y la garganta se inflamaban hasta reventar, otros notaban su hígado deshaciéndose por dentro y como el estomago jugaba con sus intestinos desencadenando una marea de diarreas que los deshidrataban  y vómitos que los ahogaban.

-No queda vino mi señor, no. _ dijo el tabernero jorobado acercándose al lanista.

-Lo veo Andol. Buen trabajo.

-¿He servido bien, amo? ¿Bien?

-Sí, _ contestó dándole una palmada en la chepa_ el primer jinete nos recompensará como es debido y nos dirá la siguiente parte de su plan divino.

Y esbozando una diabólica sonrisa, Henio, le dedico un solitario aplauso a su nuevo siervo Onogal.

DEMONIO DE LA IRA

 

Me inicio en  Arena Deathmatch con una banda de demonios.

Aqui os dejo el trasfondo y la historia de uno de sus miembros.

La respiración agitada, cada segundo más intensa, la sangre se acelera por cada vía de su sistema nervioso. Tiene las extremidades adormecidas y entumecidas del cansancio, llenas de heridas y moretones por la refriega. Contempla su cuerpo y ropajes empapados en sudor y sangre de los que ha matado. Los músculos congestionados por el esfuerzo han aumentado su tamaño, nota como la ira y el deseo de venganza fluye por todo su cuerpo. El calor sofocante se vuelve por momentos menos molesto, incluso le parece placentero. El yelmo le aprieta el cráneo, debe quitárselo, pero al hacerlo el sol deslumbra sus ojos haciéndole volver al pasado.

Es primavera en Cirlea, el día no tiene nubes, se oyen pájaros cantar y Virio se encuentra sentado en paz al borde de su cabaña de madera, que construyó con su padre cuando él era niño, observando a su mujer e hija. Las dos llevaban unos cortos vestidos de hilo fino que él consiguió en uno de sus viajes a la Isla de Hondas. Felices, juegan y ríen mientras recogen flores para adornar la alcoba del futuro miembro de la familia.

Pero, algo molesta a Virio, aprecia que la tierra comienza a temblar cuando divisa un grupo de jinetes cabalgando hacia ellos con una velocidad terrorífica, el relinchar de los caballos se escucha en la lejanía y los cascos golpeando contra el suelo avisan que cada vez están más cerca. Sin separar la mirada de ellos, El Cirleano guarece a su familia escoltándolas dentro de la protección del hogar.

-Rápido, -dice él con tono cauteloso- Poneos detrás de mí. -continúa mientras saca su Gladius.

-¡Mama, tengo miedo! -dice la pequeña apretándose fuerte contra las piernas de su madre.

-¡Ssshhhh!, silencio cariño, -le susurra al oído agachándose a consolarla- no nos pasará nada, papá está…

 

Un primer jinete no más alto que Virio irrumpe en la casa de una patada fuerte y seca destrozando la cerradura. Muestra en la frente una cicatriz de alguna batalla ganada, barba pobre pelirroja. Lleva una armadura no muy pesada de color oscuro como la noche, una capa a juego muy ostentada que le colgaba de los hombros y a su diestra su arma. No puede ver de qué se trata, pero sí que está ataviada de joyas.

-Mirad que tierno… -dice con voz burlona- prendedle a él primero, haced lo que queráis con ellas.

Uno de los jinetes desenvaina la espada se abalanza sobre el hombre que tenía frente a él dibujando en la cara una sonrisa de victoria y perversión por el premio prometido.

-¡No! -grita Virio- mientras ensarta su arma en la caja torácica de su rival.

Antes de sacar el Gladius del cuerpo de su enemigo, un compañero de éste le propina un fuerte golpe en la mandíbula dejándole desorientado, entonces, dos más se le echan encima para darle una paliza dejándolo moribundo para presenciar en su propia casa como fuerzan y violan a su mujer e hija justo antes de ver como les atraviesan el abdomen.

El Cirleano intenta gritar pero tiene destrozado el estómago, el pecho hundido y la boca llena de sangre, quiere ponerse en pie pero el cuerpo no le responde. Solo puede ver entre lágrimas y sangre el símbolo de Casio en el guante del hombre que lo arrastra segundos antes de desmayarse.

Vuelve a la arena, donde la muchedumbre grita pidiendo más sangre, enardecen con el placer de la carnicería. Mujeres excitadas muestran sus senos a algún espectador borracho para poder ganar algo de dinero o algo de bebida fría. Aumentan los vítores y aplausos en nombre del Cirleano obligando al organizador y lanista de aquel circo, Casio, a ponerse en pie y dedicar unas palabras a la plebe.

Virio no escucha el discurso en su honor, su corazón late más rápido que nunca, la ira que siente le acelera la respiración y le nubla la vista. El pulso le empieza a temblar cuando escucha una voz casi familiar, cálida, cercana, que le arropa y le susurra:

-¿Quieres venganza hijo mío? -Le pregunta aquella voz de inframundo.

-¿Quién eres? -Contesta El gladiador.

-Tu guía, el que te ayudará a conseguir eso que ansías con todas tus fuerzas. Me has servido bien hoy Virio y serás recompensado por ello.

-Yo no he servido a nadie.

-Tranquilo hijo mío. -replica el desconocido calmando el corazón del guerrero- Deja que tus sentimientos fluyan, deja que la ira sea tu alma y ejecutarás tu venganza.

-¿Puedes ayudarme a alcanzar lo que anhelo? -pregunta asombrado- si me ayudas te serviré por toda la eternidad si es necesario.

-La ira está en ti Virio, usa ese poder y te llenare del placer de la sangre de los que te arrebataron lo que más querías.

-Así haré padre.

-Bien hecho hijo mío, bien hecho. -Repite una y otra vez la voz mientras desaparece de su cabeza.

 

El Cirleano nota que el pecho le arde, no sabe que ocurre, debe despojarse de su peto y al hacerlo contempla como la marca del tercer jinete del apocalipsis, Ira, le abrasa el pecho, marcándole como su siervo por toda la eternidad. El dolor no cesa pero se vuelve placentero. Ahora comprende quien es su padre, entiende que debe hacer para cumplir su misión, la Ira le ayudaría a alcanzar su venganza, debe dejarse llevar por su rabia, su odio, su sed de venganza.

-¡No necesito alabanzas lanista! -grita interrumpiendo a Casio- solo un arma para completar mi venganza, y ese día contemplarás muy de cerca como llegaré a ejecutarla.

Virio se inclina y recoge el hacha que portaba su último rival tendido a sus pies. En la pelea aquel bárbaro manejaba ese hacha con pesadez usando sus dos manos a pesar de su complexión pero a Virio le basta un brazo, como si alguien le acompañara y ayudara. Entonces se da cuenta, el tercer jinete del apocalipsis está con él, ha sido recompensado, lo sabe. Y con una sonrisa burlona acepta a su nuevo padre, su nuevo poder.